Entró en el laboratorio muy pronto aquella vez. ¿La razón? Muy sencillo. Tenía que dar el pistoletazo de salida a un nuevo experimento. Un experimento muy importante para él.
No era el primero, es cierto. El primer experimento no se olvida nunca; mas, ya se sabe, es el primero, y como tal mejorable. No hablo de perfección, claro, no podría: las referencias se pierden y se diluyen, las diferencias son mínimas…
Aún así, la emoción era incontenible. El sustrato era maduro ya. Sólo faltaba una chispa necesaria, faltaba un acto de voluntad, faltaba… muy simple, faltaba él.
Lo hizo, de repente y sin avisar. Introdujo el elemento que faltaba. Muchos nombres le darían, a lo largo de los siglos; muchas definiciones para identificar lo mismo. Y a veces hasta negando su existencia.
***
Se despertó. Y se despertó hombre. No se sabe exactamente qué había sido antes. Pero ahora era hombre.
Se puso de pie. Podía caminar bien erguido. Con clase, si la clase hubiera sido inventada. No hablaba; nadie podía escucharle.
Así se durmió, aburrido, y al despertarse se notó como vacío, como si le faltara algo. Y la vio a su lado. -Te llamaré mujer- fueron las primeras palabras de la historia del hombre.
A partir de ese momento, empezó a hablar la mujer.
En un momento de pausa, alivio para los oídos del hombre, que sólo estaba acostumbrado a escuchar los murmullos de la naturaleza, el hombre se atrevió a reclamar: -hey, esa costilla es mía-, dijo. La mujer le miró. Fijamente. Muy fijamente. Sin necesidad de hablar. Desde entonces el hombre se sometió a la mujer.
Ciertamente, los libros hablan del hombre como dominante con respecto a la mujer. Ya. Todos sabemos que los libros de historia escriben sólo aquello que las mujeres quieren que se escriba.
Total, no adelantemos acontecimientos.
Lo cierto es que Dios había creado el ser humano.
Y le había creado hombre y mujer.
***
Dios parecía estar satisfecho con su trabajo.
Con sumo cuidado, puso la probeta al lado de las otras, que contenían cada una su propia galaxia.