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TIEMPO DE PULSACIONES

—Los hechos hablan alto y claro. ¡Es indudable!— La voz de pito de Charles resonó en la sala de juntas del departamento como las ruedas de un tren descarrillándose.

—¡Cierto! Y afirman que estás equivocado— le contestó Marian con voz firme y a la vez serena.

La llegada de nuevos datos provenientes de las observaciones del telescopio orbital y cuando se trataba de una pulsar anómala como este caso, con la PSR B3412+20, la polémica estaba servida en bandeja.

Partidarios de las teorías emisivas y sostenedores de las teorías absortivas se enfrentaban con una virulencia dialéctica que en ocasiones desembocaba en auténticas peleas físicas.

—Los picos de emisión responden a un patrón rítmico definido— decían unos.

—Las de absorción también, y además sus picos son más largos e intensos, con lo cual se deben considerar más representativos. ¡Es evidente!— les contestaban los otros.

—¡Tan claro como la ausencia de luz! Pero ¿cómo no os dais cuenta de que aquello que estamos observando es un fenómeno artístico natural?— espetó uno de los emisivos.

—La misma naturaleza es quien nos está cantando su propio poema— insistió Miki, el brazo derecho de Charles, que se caracterizaba por tener una sensibilidad muy a flor de piel. —El Universo mismo está tratando de decirnos algo y nosotros hemos de descifrar los picos de luz para interpretar correctamente su mensaje.—

—Y si tan interesado está el Universo en comunicarse con nosotros ¿por qué no lo hace con claridad? Si supiera algo de los seres humanos dejaría lugar para la libre interpretación de sus desiderata—.

Buen punto. Un dilema al que nunca se supo dar una solución unívoca, aunque la ambigüedad es precisamente uno de los rastros característicos de los humanos. Entran en juego demasiadas variables. Demasiadas preguntas sin respuesta. ¿Nos tienen miedo a los humanos? ¿Nos han puesto la etiqueta de "animales peligrosos"? ¿La de "animales cansinos"? ¿La de "animales sosos y aburridos"?

Quizás la respuesta sea más sencilla: simplemente, no hay nadie allí fuera, en la inmensidad del cosmos, y aquello que observamos no son más que un conjunto de eventos casuales que se entrelazan para engendrar constructos a los que nosotros, los humanos, interpretamos como si fuera un diseño inteligente. La realidad se construye alrededor del ser humano, que la comprende y modifica a su antojo.

O, posiblemente, todo lo contrario.

—Pero las fluctuaciones demuestran un patrón rítmico muy definido—.Edgar lo había observado con detenimiento y estaba convencido de lo que afirmaba, respaldado por los datos empíricos grabados por el telescopio orbital.

—Los destellos son excesivamente frecuentes. Este ritmo del que hablas bien podría ser un continuum estirado por efecto de la distorsión de Hogs-Shelby— rebatió Marian. Jeannes Hogs y Frederick Shelby, los astrofísicos que postularon una ley en virtud de la cual la materia oscura ejerce un efecto distorsionador en las partículas sin masa (como por ejemplo fotones y gravitones) actuando como si fuera un acelerador cuántico, deben su éxito científico (y económico) a una teoría que nunca se pudo comprobar. Pero en fin. La historia de la ciencia está plagada de casos similares.

—Cierto— le contestó Charles —Nunca habíamos observado antes destellos o pulsaciones tan de cerca. Posiblemente nos encontramos con un planeta, o más de uno, o incluso— y aquí desenfundó sus modales épicos —una faja de asteroides que giran muy rápidamente alrededor de una estrella—.

La sala de reuniones no era muy grande. Los ocho científicos allí reunidos estaban divididos en dos bandos y cada uno de ellos estaba firma y sumamente convencido de que tenía toda la razón y de que el otro se equivocaba.

—¿Hacemos una pausa para el café?— propuso el director del centro de investigación queriendo así enfriar un poco la discusión que se estaba radicalizando. —Puedo mandar el becario a la máquina de vending— dijo ingenuamente.

Subitamente el silencio más absoluto se estrelló en la sala de reuniones con un estruendo negativo. Todos los presentes miraron fijamente y al unísono al becario quien, sentado al final de la mesa, estaba tomando apuntes de la reunión.

—Ya que estás escribiendo, para mí cortado— dijo Marian empezando las hostilidades. Siguió un lapso de tiempo de cinco minutos en el que el nivel de ruido y de exigencia en cuanto a las variantes de un simple café subió hasta alcanzar el tope de disonancia. Sin embargo, el becario logró descifrar todos los pedidos.

Cuando se levantó para dirigirse a la máquina de vending el director le recordó: —No te olvides de los donut®—. Lo cual provocó una ulterior avalancha de pedidos, algunos de ellos estrafalarios como por ejemplo "el rosado con chocolate negro" y "un bocata de jamón serrano para mí".

Los ánimos se aplacaron y los científicos entraron en un estado aletargado que un observador externo podría definir "momento de reflexión". El silencio de fondo se veía interrumpido cíclicamente por unos sonidos nasales y guturales característicos de esta peculiar forma evolutiva.

La vuelta del becario cargado de material alimenticio provocó otro pequeño revuelo, aplacado rápidamente por las exigencias manducatorias. Un pequeño éxtasis antes de empezar a trabajar en serio.

Los horarios "typical Spanish" del centro de interpretación exigían que científicos y otros especímenes hicieran algo productivo a partir de las once de la mañana hasta la hora de comer, dos horas después. Por ello se estipuló que la llegada de nuevos datos provenientes del observatorio orbital coincidiera con esa ventana temporal..

Y cuando los datos llegaron todos se quedaron estupefactos.

Esas variaciones rítmicas habían desaparecido.

Es más: la estrella pulsar había dejado de pulsar. De emitir. De retener. Vamos, que había dejado de existir.

Durante las dos horas preceptivas cundió el pánico. El descubrimiento del siglo se había de repente vuelto opaco, oscuro, oculto... Todos los proyectos, los artículos científicos ya planificados y parcialmente escritos, todo ello estaba en entredicho.

¿Por qué? Por un tecnicismo: los datos empíricos no podían sufragar ninguna de las teorías científicas. Absurdo. Como si la ciencia necesitara pruebas fehacientes para subsistir.

Afortunadamente, poco antes de las trece horas alguien propuso que el debate se trasladara a las revistas científicas: que cada uno publicara lo que quisiera en cada revista, utilizando los datos que apoyan a su propia teoría y descartando como "no confiables" aquellos que la contradicen. Es decir, lo que siempre se ha hecho.

Y el descubrimiento de una pulsar cuyas oscilaciones frenéticas habían sorprendido a la comunidad científica antes de desaparecer hundida en la materia oscura del cosmos seguirá siendo una anécdota para el olvido eterno.

***

En el laboratorio, una vez más, Dios echó bronca a Gabriel.

—¿Es que no me explico?— le gritó. —Nada de pero ni de tonterías. No debes conectar las pulsar a tu altavoz cuando escuchas música metal. ¡Se sincroniza!—

—Pero el efecto visual...—

—¡He dicho que no!—

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