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TIEMPO REVUELTO

“Ese nuevo ayudante es un poco trasto, no acaba de funcionar bien” estaba pensando Dios. “Tendré que tomar contra-medidas y avisar a quien le toque, antes de que ocurra algo irreparable.”

Y así lo hizo.

Muchos no le hicieron caso, pero eso era normal, uno de los efectos secundarios e indeseados de la libertad. A Dios le gustaba adelantarse a sí mismo; podía hacerlo, ya que las ataduras del tiempo no significaban nada para él. Así que en realidad no se adelantaba, simplemente sabía qué hacer.

***

-¿Cómo vamos con la construcción?- preguntó Noeh al capataz.

-Retrasado con respecto a lo que Usted me pedía, señor, pero adelantados con respecto a la complejidad del trabajo- le contestó éste.

José era un buen capataz. No sólo porque él mismo lo decía, sino que los demás también lo reconocían. Era capaz en su trabajo, y tenía don de gentes. Mandaba sin que sus esclavos se tuvieran que enfadar con él. El látigo se usaba apenas en las obras que él organizaba.

Sin embargo, este enorme barco no era una obra, o cuanto menos no una normal y corriente. Era tan grande como una ciudad, y tan profundo que costaría encontrar un puerto adecuado para que fuera posible hacerlo flotar. Pero Noeh siempre le decía que no se preocupara, que si el barco no podía ir a las aguas, las aguas vendrían a él. Ininteligible.

Además, se negaba a llenar con piedras el fondo de la bodega; decía que ya se encargaría él de ponerle peso cuando fuera el momento. Y en la parte superior, en lugar de plantar un jardín, había querido una huerta y campos de trigo. Y algunas estructuras incomprensibles, llenas de agua y semillas.

-Los he llamado cultivos hidropónicos- le dijo Noeh, haciéndole sobresaltar.

-Vaya, otra vez el rollo telepático- le contestó de forma despectiva.

-¡Qué más quisiera yo! Es que estabas pensando en voz alta, querido José.- El capataz ruborizó.

-Lo siento, Señor, yo…-

-No lo sientas, no viene al caso. Pon todos tus esfuerzos en acabar el trabajo, todo tiene que estar a punto para cuando llegue el tiempo.-

-Y ¿cuándo será eso?-

-Nadie lo sabe.- José se esforzó para callarse lo que le pasaba por la cabeza. -Por ello, es oportuno que tu trabajo esté acabado cuanto antes.-

Lo dijo así, con extrema tranquilidad y buenos modales. José podía ver en esos momentos por qué todo el mundo le quería. Bueno, no exactamente todo el mundo. Todos los esclavos, como dije antes. Y los jefecillos. Pero sus pares… eso era otro cantar. Para ellos era el chiflado del pueblo. Un chiflado con dinero, que se podía permitir hacer una obra mastodóntica cuanto inútil.

Los días transcurrían lentos e inexorables, y los cambios se acercaban. Noeh iba avisando, pero nadie le hacía caso. Empezó a llenar su barco de animales; iban en parejas heterosexuales, y estaban dispuestos a convivir de forma innatural y mágica, depredadores con presas, y todos con los seres humanos que eran causa de lo que iba a ocurrir.

Una vez completado el barco, que Noeh bautizó pomposamente ‘el Arca de Noé’ (sin ‘h’, por un error tonto: así es cómo su nombre se transmitirá a la posteridad), ya estaba listo para zarpar. Con un matiz. No había agua. Y un barco, sin agua, no puede navegar.

El nerviosismo se abrió paso entre la tripulación y entre los huéspedes del reino animal. Noeh llamaba a la paciencia y a la temperancia, pero nadie le hacía caso, y casi toda la tripulación acabó abandonándole. Sus hijas le recriminaban el haber hospedado también una pareja de mosquitos. Él dijo que tenía que obedecer a Dios, y si Dios pedía una pareja de cada eso iba a Misa. No usó estas palabras exactas, especialmente porque la Misa no se había inventado todavía. Pero ese era el sentido.

Mientras tanto, los demás hombres en tierra firme hacían todo lo que querían, despreocupándose de lo que Dios quería para ellos. Aquí es necesario especificar unas cosillas.

Esa expresión, ‘Dios quería para ellos’, no da la idea de la realidad de los hechos, y responde al tentativo por parte del ser humano de explicar cosas que no entiende ni de refilón. El problema del ser humano siempre ha sido el mismo: no se ha querido nunca, pero realmente nunca, dejar ayudar. Y así pasa lo que pasa.

Hasta el día que empieza a llover, y no para, y no para, y no para… y el Arca de Noeh / Noé empieza a flotar. Y todos los incrédulos empiezan a anegar. Dura es la vida. Más dura aún si no se hace caso de los consejos reiterados y se piensa que son todas tonterías.

Luego, muchas explicaciones se pueden buscar - y encontrar - para describir lo ocurrido. Hasta se puede negar toda evidencia. Pero la realidad sigue siendo una, y sólo una.

***

-¡Gabriel!- le riñó Dios -Saca de la ducha las probetas con las galaxias, ya te he dicho que no es necesario lavarlas; imagínate si le entrara agua, ¿qué pasaría?-

-No se preocupe, Señor. Eso no va a ocurrir- le dijo su nuevo ayudante, el Arcángel Gabriel.

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