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Adecuado para el trabajo

Había algo como cuarenta y cinco personas en la sala. Veinte de ellas estaban sentadas a la mesa, las demás estaban de pié detrás de ellas, creando una ridícula corona, una especie de aureola. No eran santos, pero no se querían perder el acontecimiento. Para esa ocasión no hubo votos delegados.

En la sala se percibía cierta tensión, mezclada con la excitación que siempre acompaña los grandes momentos, los acontecimientos cruciales. Había murmullos, pero discretos, cometidos, casi conspiratorios. Pero se respiraba también esperanza.

De repente, cayó el silencio. Un silencio tenso, irreal. Un hombre había entrado en la sala y se estaba dirigiendo hacia su escaño. Bueno, en realidad no era un escaño, como se puede imaginar, sino un sillón en la cabecera de la mesa. Un sillón precioso, decorado en oro, que, gracias a la luz que filtraba por las ventanas de vidrioplata, emanaba destellos fascinantes.

El hombre se sentó, después de dejar caer sobre la mesa unas enormes carpetas repletas de documentos.

-Señoras y señores- empezó. Su voz encajaba a la perfección con la expectación que se había generado con su entrada. -Creo que todos sabemos por qué nos encontramos hoy en esta sala.- El murmullo fue muy suave. Todos lo sabían, y por eso no habían querido faltar. Y no era un buen momento para bromas.

-Nuestra decisión ha sido muy difícil. Como sabéis, ya no se admiten nuevos pilotos de naves espaciales en las filas de la Corporación. Sin embargo, ahora necesitamos a un piloto, y ustedes cumplen todos con nuestras especificaciones.- El murmullo se hizo menos condescendiente. Uno de los aspirantes no gozaba precisamente del favor de los compañeros.

-Sois un grupo homogéneo- siguió el hombre -por inteligencia, temperamento, cualidades, historial… ha sido muy difícil tomar una decisión. Habéis quedado cuarenta y cinco de entre más de dos mil. Todos debéis estar orgullosos de estar aquí, aunque sólo uno de ustedes se llevará la palma.- Todos permanecieron en silencio, aún sabiendo que eso no era cierto. No es ningún consuelo llegar hasta allí y no ser elegido.

-Como bien sabéis, nos encontramos en tiempos de crisis y restricciones. Las naves vivas requieren evidentemente la presencia de un piloto, pero está claro que sus características no son las de los pilotos de antaño. El mundo evoluciona continuamente. Así, nos hemos encontrado en la necesidad de mirar más a los temas de presupuesto que otra cosa.

-No estoy hablando de recorte de sueldo, el coste del piloto es irrisorio si lo comparamos al coste de los demás factores. Enviar un quilogramo más al espacio cuesta millones de dólares.- Los murmullos se empezaron a notar. Yeti, uno de los candidatos que había sido apodado de esa forma por razones obvias, abandonó la sala.

-Así que hemos tenido que elegir una opción que conjugara de la mejor forma esos dos elementos: peso corporal y agudeza intelectual. Y el resultado ha sido el siguiente.- Todo el mundo se quedó en silencio, expectante. De esa forma el hombre consiguió cortar en seco los primeros atisbos de protesta.

-El piloto elegido es Harry Redshaft- proclamó con solemnidad. Un coro de protestas se levantó desde la sala. Una legión de guardas de seguridad entró para proteger al hombre y al piloto elegido. El hombre salió escoltado por los guardas, y el piloto fue acompañado afuera con su silla.

Cuando estuvieron a salvo el hombre se congratuló con Harry. -Enhorabuena- le dijo. -Usted ha proporcionado unos ratios realmente impresionantes. Los test de inteligencia no han sido muy satisfactorios, pero no cabe duda que el factor peso ha sido el determinante a la hora de elegirle a Usted.-

Harry volvió su mirada hacia el hombre desde lo bajo de su asiento especial. Estirando un poco el cuello le dijo -gracias.- Luego ordenó a sus guardias de empujarle hasta el deslizador de superficie de controles vocales. Su cuerpo era diminuto, pero ciertamente el factor que fue determinante para que consiguiera la plaza fue que carecía por completo de brazos y piernas.

***

-¡Nave!- ordenó Harry autoritario.

-Dígame capitán Harry Redshaft- le contestó la nave sumisa.

-Tengo que ir al baño.-

-¿Otra vez?- se dejó escapar la nave, mientras modificaba su disposición interna para adecuarlas a las necesidades fisiológicas de su capitán.

“¿Por qué no me llama por mi nombre? Odio cuando me llama simplemente nave.”

“Estoy cansada de los recortes de presupuesto”

“Si no se pueden permitir explorar el espacio exterior, que se queden en su planeta Tierra, ¿qué pretenden?”

Durante unos meses estos pensamientos se fueron acumulando y potenciando en los circuitos de memoria de la nave. Hasta que llegaron en las proximidades de Alpha Eridani, dónde un planeta habitado orbitaba con suma tranquilidad desde hace unos cuantos millones de años terrestres.

Allí fue donde Nave se cansó de su capitán Harry Redshaft, y le lanzó al espacio exterior sin ningún tipo de protección. Acto seguido aterrizó en ese único planeta habitado, que no estaba vinculado de ninguna manera a la Corporación, y esperó. Confiadamente.

Dentro de poco tendría un nuevo capitán. Uno que la llamara por su nombre, Nave Isabel. Y que la tratara como una nave viva.

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