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Bibliotecas en la Luna

Año 2237

Hasta 2223 nosotros, es decir la Humanidad, no establecimos una base estable en la superficie de la luna. A veces pienso en todo lo que hemos aprendido de las Bibliotecas, y a toro pasado parece una locura que nos haya tomado tanto tiempo conseguirlo. Una vez llegamos allí, es decir cuando empezamos a ir deambulando por allí, y me refiero a algo más que unos cuantos saltitos en la baja gravedad, es cuando encontramos la primera Biblioteca.

Quien la construyó, si todavía estuviera vivo, debe de haber considerado el planeta Tierra como una especie de semilla para un experimento fallido de forma estrepitosa, o eso iba yo pensando. En realidad llevamos más de seis mil años en una carrera por el título de Gran Dominador de la Galaxia, y los humanos ni siquiera nos habíamos enterado, estando demasiado ocupados matándonos unos a otros para conseguir llegar, simplemente, a la Luna. Pero de eso me enteré sólo más tarde. Tres años después de la construcción de la Base Lunar Selene (un nombre muy original, ¿verdad?) los hombres se habían establecido de forma estable, cuando de repente una sonda que estaba hurgando en la polvorienta superficie lunar encontró la entrada a la primera biblioteca. Al cabo de un mes de búsqueda activa nos encontramos con una docena más de portales de acceso a otras tantas bibliotecas, y de repente el mundo se hizo añicos.

Fue un caos total. Los cimientos de la civilización se derrumbaron al descubrir que alguien había estado allí, había vivido allí, hasta había dejado constancia de ello, y – como si no fuera suficiente – después de dejar todo perfectamente documentado había desaparecido en la nada.

Lo primero que aprendimos, sin duda, era que no estábamos solos. Se podía apreciar una  luz debajo de las puertas, una luz que provenía de no se sabe dónde, no había ventanas y se podían reconocer los vestigios de unas máquinas que iban mucho más allá de lo que la tecnología humana puede comprender, y luego filas y filas de obeliscos negros, sus superficies recubiertas de pequeñas venas como tubos a través de las cuales un líquido verde débilmente luminiscente fluía, y arriba, apuntando hacia las estrellas un largo cañón, y torretas y misiles con pequeñas cabinas posadas inexplicablemente encima de enormes motores y centrales eléctricas. Estos miles de otras maravillas que descubrimos allí pronto se convirtieron en algo común.

Había tanto que estudiar. Una biblioteca científica como aquella bien se merecía una pausa de reflexión: algunos de nosotros siguieron buscando bibliotecas, otros nos quedamos analizando las armas. Por supuesto. Lo más importante.

Era lo más importante para mí, nunca había podido analizar una biblioteca de ese tipo en detalle; ahora las armas no hacían falta, de no ser para defenderse de asaltantes de proveniencia alienígena. Desde que el hombre empezó a recuperar su predominio y su prerrogativa, después de destrozar casi por completo su planeta de origen, fue muy claro a todo el mundo que era necesario dejar de un lado las disputas personales y dedicarse exclusivamente a la reconstrucción.

Así, hasta la luna.

Para descubrir que alguien había llegado antes.

No sería de extrañar, si lo pensamos bien. Con toda probabilidad los habitantes previos fueron humanos, o eso pensamos algunos. Muchas similitudes, especialmente en cuanto a los asientos y a los cuartos auxiliares, a pesar de que la técnica constructiva de los lavabos no nos resultaba familiar. No nos consta la presencia de seres humanos pero evidentemente sería la eventualidad más lógica.

Nos tomamos cierto tiempo para entender a las armas; no somos militares ni pirados, pero este tema era realmente muy importante por dos motivos. En primer lugar, llegamos a la luna completamente desarmados: el espacio de los transbordadores estaba ocupado por material científico, comida y bebida, y nadie sugirió siquiera desperdiciar carga con armas para ir a vivir a un asteroide sin atmósfera. En segundo lugar, la presencia de armas y de bibliotecas sugería la presencia de seres inteligentes que guardaban cierto parecido con nosotros, considerando además que parte de las bibliotecas, como tuvimos ocasión de averiguar en una segunda fase de trabajo de campo, era perfectamente comprensible e incluso muchos de los libros estaban hechos de papel, o de algo parecido, a pesar de no tener ese tacto plástico tan característico a lo que estamos acostumbrados en la Tierra.

Y no cabe duda que el acoplamiento nos pareciera bastante ecléctico. Los libros eran de narrativa y filosofía, luego unas secciones de ingeniería pero nada en absoluto que tuviese que ver con las armas. Es decir, las armas no estaban allí como muestra. Y si guardaban relación con los libros de la biblioteca esa relación no se nos había desvelado aún.

Las preguntas eran muchas y apremiantes.

¿Quién vivía aquí? Podrían haber sido hombres o ciudadanos de otras galaxias, y en ese último supuesto no sabían si nos estaban espiando, si estaban recogiendo datos e informaciones sobre nosotros, cuáles eran sus intenciones…

¿Para qué servían las armas? No eran de largo alcance, lo cual sugería más un tema de defensa personal que otra cosa, pero desconocíamos su funcionamiento, y eso que la Tierra no había dejado de permanecer envuelta en desórdenes y violencia.

¿Permanecían en la Luna, a lo mejor en otra parte, ocultos, o bien se habían marchado? Los tres grupos que estábamos explorando convenimos que, de estar presentes en Luna, se sabían ocultar jodidamente bien porque nadie entre nosotros consiguió divisar el mínimo rastro reciente. Lo más reciente eran las bibliotecas. Y las armas, por supuesto.

Cada vez que nos reuníamos para comparar datos e intentar poner coto a ese maldito rompecabezas nos dábamos cuenta que estábamos más y más perdidos en la oscuridad. Las bibliotecas eran prácticamente idénticas, y por ello llegamos al punto de decidir aventurarnos todos juntos, entrar en una sola de ellas y establecer allí nuestro cuartel general.

Como médico me sorprendió la total ausencia de tratados de medicina. Este descubrimiento me dejó totalmente descolocado: no concibo la posibilidad de establecer una base, o una colonia, o incluso un puesto de observación sin tener en cuenta que alguien puede quedar herido, o simplemente coger un resfriado (bueno, en la Luna no parece hayan organismos patógenos, pero todo puede ser).

Ni un libro de medicina, ni un esqueleto de los antiguos ocupantes.

Fueron sesiones intensas de búsqueda alternadas por sesiones aún más intensas de brainstorming, para intentar descifrar el significado de todos los hallazgos. Conforme iban pasando los días parecía ser más evidente que no habíamos tropezado con unas obras alienígenas, sino con unos humanos fugitivos, posiblemente de la era de la guerra final. Eso explicaría la presencia de armas, pero no la biblioteca, al no ser que los fugitivos estuvieran interesados en preservar, de alguna forma, el legado intelectual y el patrimonio de informaciones y conocimientos que había permitido el desarrollo de la raza humana.

Luego, un día, lo intuí de repente. Nadie va por ahí diciendo que la humanidad es la fuente de toda maldad, y sin embargo las obras de los clásicos no han impedido la escalada de violencia y de odio que acabó arrasando un planeta entero.

No eran fugitivos. Las bibliotecas de la Luna estaban allí cómo advertencia, precisamente para que cualquiera, alienígena o humano, se enterara de lo que había ocurrido, de cómo todo ese conocimiento había llevado no a la medicina, no al cuidado de los demás, sino a la lucha, al odio y al resentimiento que estaban a la base del uso de las armas para causar daño a los demás hombres.

Los podía ver con claridad. El brillo en sus ojos era de deseo, de codicia, de pasión desbocada por hacerse con una que otra arma, y para usarlas ciertamente no para diversión; durante el viaje había asistido a varias rencillas, a muchos roces, inevitables en un viaje espacial, pero ahora podía ver como había quien meditaba venganza.

Las bibliotecas no eran más que un aviso para los visitantes de otros lugares y, de una manera simbólica, comprensible hasta para culturas no humanas, explicaban la peligrosidad del ser humano.

De alguna manera, las bibliotecas decían a los extranjeros cómo son los hombres.

Y ¿nos sorprende que no nos haya visitado nunca ningún ser de otro planeta?

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