Año 2173
Garay estaba pescando en el Río con Madre. El sol estaba a punto de ponerse, y los peces estaban algo atontados. Presas fáciles. El cielo era de un color rojizo brillante y también lo era Madre, brillante quiero decir, con la luz que resaltaba en su piel sus manchas naturales, como si alguien hubiera esparcido sangre por toda Ella.
Fue entonces cuando un hombre cayó al agua desde un árbol cercano, llevando consigo un tubo largo de cristal. No se veían muchos tubos de cristal, podrían haber cerrado su extremo para hacer un recipiente; o puede que efectivamente estuviera cerrado porque lo vio flotar en el agua. Entonces vio que el hombre también flotaba, revestido de una especie de traje grueso y con una especie de bola de cristal en su cabeza.
Madre miró al hombre moviéndose en el río como un pez, pero sin la gracia innata de los que tiene el agua como ecosistema natural y sistema de vida. -Vamos, hombre de la Cúpula- dijo en voz baja.
Pero no lo consigue. Unos minutos después ya no se estaba moviendo tanto. Se le veía esforzarse por llegar a unos tubos en su espalda.
-No puede respirar- le dijo Garay a Madre.
-No se le puede ayudar- me contesta Madre. -El aire, el agua, todo aquí es puro veneno para los suyos-.
Ya no se movía. Garay se acercó, y agachándose miro a través del cristal que cubría su rostro. Un rostro desnudo, demacrado como el de todos los habitantes de la Cúpula.
***
Ojala hubiera una manera de reproducir esas imágenes: desde hacía siglos la fotografía había desaparecido, a la vez que la denominada ‘civilización’. La forma en que la luz de la hoguera danzaba por los cuerpos brillantes de los nuestros, de la tribu, no se puede capturar con palabras. O quizás sí, pero habría que inventar nuevas palabras, incluso un nuevo idioma.
Los habitantes de la Cúpula no se podían acercar. Sus extremidades deformes, sus facciones, su desnutrición, su terrible desfiguración: todo ello parecía desaparecer cuando se encontraban al resguardo de los agentes agresivos en su ambiente. Cuando se atrevían a salir, y lo hacían durante cortos ratos, denunciaban una especie de nobleza en las sombras vacilantes, lo que hacía que nos doliera el corazón.
Salen cuando tienen que recuperar el cuerpo de uno de los suyos, de uno de los que se atreven, animado por la esperanza en un cambio climático que aún no ha llegado, y que puede que nunca llegará.
Las chicas ofrecían comida a los de la Cúpula: pescado, siempre. A veces cocinado con hierbas. Los de la Cúpula aceptaron agradecidos.
Sacaron su kit de purificación de campo para espolvorear los nanobots sobre la comida: estos habían sido diseñados para descomponerse después de haber sobrevivido a su propósito, a diferencia de las abominaciones que se descontrolaron e hicieron el mundo inviable.
Luego, absorbieron los alimentos con sus apéndices, como solían hacer.
Mirar a los de la Cúpula es como mirarse en un espejo temporal. En lugar de su rostro ves un reflejo distorsionado del tuyo. Ves cómo podrías haber llegado a ser, de no ser por la tribu y por un estilo de vida ancestralmente sano.
-Madre dice que la comida aquí es venenosa para ustedes- le dijo Garay a uno de ellos.
-Las especias la purifican- le contesta él. No intenta explicarle como funcionan los nanobots, ni qué son los nanobots, y menos aún su importancia y su complejidad estructural y molecular. No lo entenderían. No les interesaría. Viven más felices sin toda esa tecnología.
Garay le sonrió.
***
Los de la tribu no solían confiar en los hombres de la Cúpula, especialmente cuando les veían merodear por el pueblo encerrados en sus trajes.
-Por lo visto algunos de los habitantes de la Cúpula tienen miedo de nosotros porque no nos entienden. Y quieren cambiar ese estado de las cosas- le comentó Garay a Madre.
Madre rió, y su risa sonó como burbujas de agua sobre las rocas. Su piel cambios de textura, rompiendo la luz reflejada en rayos quebradizos y fragmentados. Madre conocía a todos los de la Cúpula, nadie sabía como ni por qué.
Uno de los hombres está fascinado por los juegos que nos ve practicar: trazar líneas sobre el vientre, los muslos, los pechos dominando las ondas de color de nuestra piel, un juego que le es imposible seguir. Escribe todo lo que cualquiera de nosotros dice.
Los problemas empezaron cuando preguntó a Garay si sabía quién es su padre. Madre le oyó, o se enteró, con Madre uno nunca sabe. Se enfrentó a él, y les obligó a volver todos a su Cúpula.
Garay no se había hecho nunca preguntas de ese tipo. Entonces el de la Cúpula dijo que lo sentía mucho.
-¿Para qué?- le preguntó Garay.
-Todo esto- le contestó barriendo su brazo alrededor.
Cuando se marchó Garay se quedó pensativa. Finalmente se volvió hacia la Cúpula y contestó al aire sorda -soy yo quien lo siente por Ustedes-.
***
Cuando la plaga golpeó hace 50 años, el nanobots loco y los bioenhancers devoraron la piel de la gente, la superficie suave de sus gargantas, las membranas cálidas y húmedas que recubrían todos los orificios de su cuerpo.
A continuación, la peste tomó el lugar de la carne y cubrió las personas, por dentro y por fuera, como un liquen hecho de pequeños robots y colonias de bacterias. Los que tenían dinero construyeron las Cúpulas y vieron morir al resto de la gente que se había quedado fuera.
Pero algunos sobrevivieron. La vida se cambió a sí misma e incluso hizo posible que los sobrevivientes comieran de los frutos mutados y bebieran del agua envenenada y respiraran el aire tóxico.
Fuera de la Cúpula se cuentan muchas historias sobre la plaga, y algunas de ellas puede sean ciertas. Pero todo el mundo parece contento de ver a los habitantes de la Cúpula como no humanos.
Algunos han afirmado que los plagados son felices como están. Garay lo dudaba: si así fuera no se aventurarían tanto en un medio hostil; eso no era más que un intento de evadir la responsabilidad. Se quedan en su Cúpula mirando su piel deformada en vez de profundizar en la filosofía, que habla con murmullos, que entiende el amor de la familia, que vive de un instintivo anhelo de afecto.
Nosotros somos el futuro, y en la Cúpula lo saben.
***
-¿Uno quiere quitarme parte de mi piel?- Garay le preguntó a Madre.
-Sí, para encontrar una cura- le contestó Madre, toda atormentada.
Garay creía en su sinceridad, creía que quería ayudar, mejorar las cosas. Es evidente, nuestra piel funciona mejor que la suya, por eso no necesitamos tanto traje ni casco.
-¿Tenemos el deber de ayudar?- le preguntó a Madre.
Ellos ven nuestra felicidad como pena, nuestra reflexión como depresión, nuestros deseos como pura ilusión. Es curioso cómo un hombre sólo puede ver lo que quiere ver.
Los de la Cúpula ya estaban rodeando a Garay para apresarle y llevarle a su guarida, pero la reacción fulmínea de la tribu le salvó. Los cascos de cristal se rompían con facilidad bajo la lluvia de piedras, y los plagados huyeron para morir en su ataúd de cristal
Madre tenía razón. No habían venido a aprender, pero les enseñamos de todos modos.