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BR-50

Se acercó al espejo para poder ver su propia cara con todo detalle. Le gustaba recrearse analizando minuciosamente su piel, sus cejas, su pelo, sus arrugas… deseando con todo su ser ver algo diferente, algo cambiado. Se alejó, desilusionado como siempre.

Crecer, para mejor o para peor, cambiar, aunque fuera solo de aspecto. No había sido diseñado para ello.

Sus ‘creadores’ tenían un gran proyecto en su mente cuando se les ocurrió programarle de forma novedosa. Para uso militar, como venía siendo usual en esos días. Mejorando los aspectos que se veían como intrínsecamente débiles para acometer las tareas que caracterizan a un tirador de larga distancia efectivo al cien por cien.

Un tirador humano necesita una gran concentración, un control perfecto sobre todas las variables de su cuerpo (respiración, pulsaciones…) y sobre las variables ambientales (viento, temperatura, humedad…). Es imprescindible conseguir un equilibrio, ya que los seres humanos no son perfectos.

Pero un androide tirador…

Parece humano. Puede pasar desapercibido. Nadie diría que es un francotirador. No envejece, pero eso no es un problema, sus encargos le llevan a menudo a cambiar de zona operativa. Sus armas se encuentran ocultas en su misma estructura, facilitando así las operaciones de desplazamiento en aviones comerciales. Su velocidad de cálculo de las variables externas le permiten incrementar aún más su precisión. No tiene dudas ni remordimientos. Ha nacido para cumplir órdenes, y lo hace malditamente bien.

Publicidad. Nada más que publicidad.

BR-50 sabía que la publicidad nace para engañar a los humanos, para hacerles creer algo diferente de la realidad, para convencerles a no dejarse escapar una oportunidad única, la de delegar a una máquina todo el trabajo sucio.

Y esa máquina era él. Imberbe. Con las mismas arrugas operación tras operación. Sin sufrimiento. Sin moral.

La publicidad miente.

No dice que los programadores son humanos. Se da por descontado que lo sean y oculta disimuladamente todo lo que su humanidad comporta.

Un francotirador no es solamente una persona – o un androide – que aprieta un gatillo. Es un mundo complejo, un conjunto de técnica y memoria y pasión y sufrimiento. El francotirador persona crece con todos esos inputs, el francotirador androide hereda los inputs de su programador, para bien o para mal.

Suspiró. Un suspiro profundo, intenso, escalofriante.

Porque había aprendido hacía tiempo el significado de su nombre. El vicio de su programador.

Se fue a la nevera. La abrió. Eligió una cerveza Alexander Foxx: una Crusaders’ Pride sería la más adecuada, pensó. La primera del día. Otros androides necesitan lubricante para funcionar adecuadamente, él necesita malta fermentada y lúpulo.

Sabía la razón por la que en realidad su nombre era BeeR-50.

***

Enlace para acceder a la página dedicada a esta cerveza: AQUÍ.

 

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