Saltar al contenido

Salvado por los pelos

Crossover con el ciclo de “La Taberna del Viajante”

 

Después de dos largos días de viaje en el espacio estuve considerando la posibilidad de suicidarme.

Kaen, la nave viva a la que he sido asignado (vale, de acuerdo, es mi primer trabajo desde que salí de la academia) es una auténtica pesadilla. No me pone las cosas fáciles y no entiende mis necesidades.

Me refiero a mis necesidades culinarias.

Existen preparadores de comida CHON, o eso he aprendido. Se denominan CHON porque preparan los alimentos a partir de los elementos fundamentales, carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno. Herencia de alguna especie más avanzada que la humanidad, una cualquiera, a escoger.

En cambio Kaen me proporciona sólo unos sobres cuyo contenido está perfectamente definido por su etiqueta (“carne” o “verdura”, nada de pasta, arroz o pescado) pero sabe siempre exactamente igual.

-Casi hemos llegado- me animó Kaen. Una nave experimentada sabe como tocar la fibra sensible de un piloto. Estaba realmente excitado: era mi primer aterrizaje de verdad, a pesar de que en realidad Kaen se encargara de todos esos detalles, pero por encima de todo iba finalmente a poder comer algo que supiera a comida.

Las prioridades de Kaen eran diferentes. En la fase de acercamiento al planeta empezó a dejar muy claros los símbolos comerciales: vale, no era un viaje turístico, y entiendo que cuanto antes lleguemos a nuestro objetivo, antes tendríamos nuestra recompensa, pero eso no era suficiente para ocultar la dura realidad. Me moría por una comida decente.

Las naves vivas pueden empatizar, pero no comer. Kaen no había sido equipada con la opción de ‘empatía’. Quizás por ello no le importaba mucho la cocina ni mi sufrimiento gástrico.

Nada más aterrizar la dejé sola. Tenía que conectarse con el interfaz del espaciopuerto para concertar las citas de mañana. La dejé disfrutando de su conversación con el contestador comercial de unos clientes importantes.

 

Por suerte el ser humano ha nacido para mandar y no para dedicarse a ocupaciones menores como por ejemplo trabajar o pensar. Se puede así ocupar de la dura tarea de encontrar un restaurante de su agrado. Kaen había intentado darme de comer algo antes de amarrar pero francamente cuando piensas en el sabor de las raciones de Nave y comparas con el sabor que recuerdas de una comida de verdad, lo siento, Kaen sale perdiendo.

Cuando vi a lo lejos el letrero de la Taberna del Viajante fue como si mil mariposas hubieran decidido abandonar su estado larval en mi estómago. No se trataba de amor ni enamoramiento, sino de pura, auténtica, cristalina hambre. Y allí estaba. Viajante: soy yo. Taberna: es comida.

Al entrar en la Taberna me impactó el olor que percibí en el aire. Mejor dicho, la ausencia de olor. Inusual para una taberna.

Luego me di cuenta de la razón: una variedad amplísima de razas distintas parecían haberse dado cita en ese lugar y por consecuente la eficacia del sistema de aireación se había convertido en un factor clave para la convivencia. Un detalle que hacía evidente la política de atención al cliente que los dueños del local habían diseñado.

Viendo que no había un Jefe de Sala que se encargara de acomodar a los comensales me dirigí a la barra que dominaba la entrada del local.

-¿Puedo comer?- pregunté sin mediar saludo y olvidándome de toda la educación recibida a lo largo de las primeras dos décadas de mi vida.

-Supongo- me contestó el barman con una sonrisa irritante.

-Es decir…-

-Bueno, tu raza parece ser la humana- me explicó. -De ser así podemos proporcionarte comida sólida, liofilizada o líquida, como prefieras. Es tu primera visita a nuestra Taberna, supongo.-

-Sí- le contesté -acabo de aterrizar con Kaen. Mi nave viva– añadí al ver su cara de sorpresa. Las naves vivas no debían de ser frecuente en este cuadrante.

-Entiendo. Viaje de trabajo.-

-Efectivamente. Tengo que visitar a los CEO de una multinacional de Deluros, unos Astarianos. Mi nave está ahora mismo contactando con su despacho.-

-Fearchikz y Lonurchikz supongo. Están sentados a esa mesa de allí- me contestó indicando una mesa situada en la esquina más lejana, en una zona de penumbra.

Una serie de reacciones involuntarias se fue desatando en cadena dentro de mi cabeza y en cuestión de instantes me vi arrastrado por mi propio cuerpo hacia la mesa que el caballero me acababa de indicar con tanta amabilidad. Pero llegados a este punto es necesario que os explique unas cuantas cosas de mi vida.

 

Acabé los estudios hace un par de meses y ya tengo mi primer trabajo. Es un trabajo comercial, de acuerdo, pero yo me suelo desenvolver muy bien en estos ámbitos; o solía hacerlo en la Tierra. Desde que se descubrió el vuelo espacial la raza humana ha entrado en contacto con una gran variedad de seres diferentes; no quiero rememorar aquellos buenos tiempos, que remontan a un siglo antes de que naciera yo. Las profesiones comerciales están muy cotizadas entre los humanos, especialmente ahora que no se trata ya de viajar de pueblo en pueblo sino de planeta en planeta.

Esta profesión requiere unas características únicas: conocimiento del producto, disponibilidad a viajar, dedicación, humildad, flexibilidad… todas cualidades que poseo sobradamente.

Siempre me he sabido desenvolver en los ámbitos más distintos, lo cual es algo muy importante cuando quieres vender lo que yo vendo a los clientes potenciales de mi empresa. Corrección. Los clientes potenciales no existen. Sólo existen los clientes y los que aún no han tenido la suerte de conocerme.

En mi primera entrevista de trabajo se lo dejé muy claro al entrevistador. -No importa qué queréis vender, yo soy vuestro vendedor ideal- le dije. Vi claramente como el señor suspiraba, sus pulmones se llenaron de aire (y, al mismo tiempo, de la fragancia de mi perfume, aunque no creo que tuviera un interés sexual en mí), se quedaba sin aliento evidentemente sorprendido de haber encontrado el hombre del perfil perfecto para el puesto y, al cabo de unos instantes pesados como plomo en un sedal, me dio su contestación. Sin contemplaciones.

-Creo que tengo algo para Usted- me susurró.

Fue suficiente. Me levanté de la mesa, le di las gracias por haberme contratado y me fui.

Al cabo de unas horas tuve que volver porque se me había olvidado preguntar qué tipo de trabajo iba a hacer para la compañía. No fu sencillo. De hecho, no recordaba el nombre de la compañía, lo cual dificultó su búsqueda; una vez en la hall del enorme edificio se me ocurrió que no le había pedido al entrevistador su nombre, así que me vi obligado a rogar desesperadamente ayuda a los guardias de seguridad de la entrada, quienes estuvieron a punto de echarme en un par de ocasiones. Finalmente vi a mi entrevistador que salía de uno de los ascensores y se dirigía hacia mí. Las señales discretas que le había lanzado surtían su justo efecto.

-Deje de gritar, le he visto perfectamente- me dijo al llegar cerca de mí.

-Hola, siento haberme marchado tan rápidamente, he vuelto para preguntarle dos cosas.- Mi postura era clara y firme, pero no obstante uno de los guardias se interpuso.

-¿Le está molestando, capitán Laszlo?- le preguntó sin quitarme ojo.

-No hay peligro, es inocuo- le contestó el hombre Laszlo. El guardia se apartó a regañadientes.

-Podía ahorrarse la molestia de volver, cadete Castillo- dijo entonces mirándome, ahora que la gran masa de carne que se había interpuesto acababa de apartarse. -Sabemos dónde vive y como encontrarla.

Me quedé anonadado. -¿Conoce mi nombre? ¿Y también mi domicilio? ¡Es imposible!-

-No exactamente. Nosotros le mandamos a llamar para la entrevista, ¿recuerda?- me contestó condescendiente. -Era para proponerle un trabajo…-

De repente volví a recordar. Todo. La llegada de la carta de aceptación a la academia, el viaje hasta Carindorf cuando conocí a mis primeros compañeros de academia, los cinco años de academia de vuelo con todo detalle, las amistades e enemistades, las bromas, los pocos éxitos y los numerosos fracasos, las cinco mujeres de las que me enamoré (dos de ellas al mismo tiempo, ¡qué recuerdos!, y dos meses con la pierna escayolada cuando las dos lo descubrieron), toda mi vida pasó delante de mis ojos en un instante.

Abrí mis ojos, que había cerrado sin darme cuenta y vi delante de mí a un guardia diferente del que estaba unos segundos antes. O eso creo. El uniforme era el mismo, y los guardias se parecen todos un poco, pero juraría que él de antes era negro. Bueno, detalles. Vi con el rabillo del ojo al capitán Laszlo entrar por la puerta del edificio y le llamé.

Vi con extrema satisfacción que el hombre se dirigía hacia mí.

-Espero haya descansado bien esta noche, nos espera un día de intenso trabajo- me dijo sin contemplaciones.

-No se ha movido de aquí- oí que le susurraba el guardia. -¿Qué quiere que hagamos?-

-Nada en absoluto, pero gracias. Cadete Castillo- prosiguió dirigiéndose a mí (o eso me pareció) -tuve la impresión que me quisiera preguntar algo, ¿cierto?-

Posiblemente fuera el sentirme dirigir la palabra de esa forma tan directa, dando en el clavo así, sin piedad, o quizás el realizar que efectivamente había estado allí de pié desde las seis de la tarde anterior. Sea como fuere me sentí en la obligación de decir a los presentes: -les ruego me disculpen un momento- y acto seguido ir corriendo al aseo de caballeros.

Al salir me sentía como si hubiera conseguido completar mi primera misión espacial. Mis manos eran la única parte de mi cuerpo que estaba mojada, y sólo porque el secador de manos estaba averiado.

-¿Por dónde íbamos?- pregunté al aire esperando que el señor capitán Laszlo captara la indirecta.

-Ibas a preguntar algo- me contestó, demostrando ser muy perspicaz.

-¡Eso! ¿Cuánto voy a ganar?-

-Tus ganancias dependerán de tus resultados.-

-¿Cuánto tiempo tengo que dedicar al trabajo?-

-Todo el tiempo que sea necesario.-

-¿Tendré vacaciones pagadas?-

-No tendrás vacaciones, ni pagadas ni sin pagar.-

-Me parece razonable. Acepto el trabajo.-

-Muy bien- me contestó Laszlo sin dejar que sus emociones hicieran mella en su expresión facial. -Se te asignará una nueva nave viva mañana.-

Una nave viva ¡toda para mí! El corazón sobresaltó en mi pecho por la emoción. O quizás fuera mi estómago, por lo visto llevaba algo así como doce horas sin comer nada. Y el capitán Laszlo se estaba alejando como un barco abandonado en alta mar.

-¡Capitán!- intenté captar su atención susurrando en voz alta. -¿Qué tengo que hacer?-

-Lo que quieras, ya te buscaremos nosotros- me contestó sin darse la vuelta.

Mientras se cerraban las puertas del ascensor me di cuenta de un detalle. Nadie me había dicho en qué consistía el trabajo.

 

Me fui enterando a lo largo del viaje. Del aburridísimo viaje. No se lo digáis a Kaen, intentó hacer de todo para distraerme; en la academia te enseñan muchas cosas, la mayoría de ellas inútiles, pero creo que ya os lo dije. O lo pensé. Da igual.

El trabajo no parecía complicado: vender aparatos para enfriar de forma instantánea cualquier tipo de comida o bebida, permitiendo así su conservación. En la Tierra se hacía, utilizando nitrógeno líquido, pero mantener la cadena del frío seguía siendo un gran problema. Ahora, con los contenedores isotérmicos, óptimo y eficaz complemento a nuestros aparatos, era posible exportar los productos para alimentación en gran cantidad y con un coste reducido.

Fue así como fui a parar a Teguilora, a la Taberna del Viajante, y tropecé con esos dos Astarianos, por lo visto se llamaban Fearchikz y Lonurchikz y controlaban todo el comercio exterior de su planeta. Eran mi objetivo.

Astar III es un planeta agrícola que no exporta ninguno de sus productos ‘de la tierra’; se conforma con vender a las compañías extra-astarianas algunos productos de alto valor tecnológico, pero no han explotado en absoluto el negocio que pueden suponer sus frutos, los frutos de su tierra. Esos Fearchikz y Lonurchikz han sido afortunados: aquí había llegado yo para resolver todos sus problemas.

-Buenos días- empecé educadamente a entrometerme en sus vidas. -Mi nave estaba intentando contactar con su despacho para concertar una visita para mañana, pero como por lo visto hemos coincidido en la misma taberna he pensado adelantarme a los acontecimientos.- En ningún momento perdí la sonrisa, tal como me habían enseñado en los cursos de marketing.

Fearchikz y Lonurchikz se miraron entre sí. Buena señal. -Nosotros venimos aquí todos los días- me dijo uno de los dos; podía ser tanto Fearchikz como Lonurchikz, al fin y al cabo era ininfluente, había decidido tratarlos como una única entidad.

-Me alegra oír eso. Parece ser un lugar acogedor y entrañable.-

-Lo es- contestaron Fearchikz y Lonurchikz como un sol astariano; uno de los dos hizo señas al barman para que se acercara.

-Rubén- le dijo uno de los dos -¿puedes traer algo para beber para el señor?-

-Enseguida- le contestó él, volviendo a su puesto de mando en la barra y sin dejarme la posibilidad de decirle qué me apetecía. La expresión de asombro de mi cara no debió de pasar desapercibida a los ojos de los astarianos, quienes se apresuraron a explicarme las habilidades de adivinación de las que hacía alarde ese Rubén. Al cabo de un momento en la mesa apareció un vaso alto con una bebida rojiza.

-Para Usted- dijeron Fearchikz y Lonurchikz invitándome a probar el cocktail. Su sabor era muy refrescante, a pesar de no parecer en absoluto una bebida fría. Quiero decir, no se veían cubitos de hielo ni nada por el estilo. Y no parecía contener alcohol. Su sabor era a grosella y naranja, un equilibrio muy bien logrado.

Un matamoras. ¿Cómo lo había adivinado?

-Los que frecuentamos la Taberna tenemos una teoría. Dos, en realidad. La más contrastada apunta a un ingenioso truco psicológico: una vez proporcionada al cliente una bebida potencialmente de su agrado, su fama hace que el cliente se convenza de que era realmente lo que quería.-

-¿Y la otra?-

-Algunos piensan que Rubén puede viajar en el tiempo.-

Me quedé atónito. -¡Qué tontería!- exclamé sin reparo. Fearchikz y Lonurchikz me miraron sorprendidos. -Quiero decir- intenté corregir el tiro -me quedo con la primera.- Y era verdad.

-¿De qué clase de negocios quería hablar con nosotros?- preguntaron los astarianos.

Miré a mi alrededor. Nadie nos podía escuchar, ni siquiera Rubén, quien parecía haberse quedado expectante. Inocuo.

-He de proponerles un trato. He podido notar que Ustedes no exportan de Astar ningún producto alimentario- dije, bajando un poco la voz y dándome aires de conspirador.

-No podemos- me contestaron Fearchikz y Lonurchikz a una voz.

-Ya lo sé, alimentos perecederos y todo eso. Yo puedo resolver su problema y hacerles ganar mucho dinero gracias a los sistemas de crioconservación que construimos en nuestra empresa. Van Ustedes a poder ganar mucho dinero, y sin competencia.-

Me eché para atrás, pero cuando toqué el respaldo me sobresalté al ver más de una docena de astarianos a nuestro alrededor. Habían surgido de la nada, y no parecían amigables en absoluto. Cuando vi que se acercaban precisamente a mí decidí entonces levantarme de mi asiento y salir corriendo de la dichosa Taberna, dirigiéndome a mi nave.

Mi querida nave.

Al ver que la puerta de Kaen se cerraba y los tres o cuatro astarianos que no había conseguido despistar se quedaban a las puertas del muelle suspiré.

 

-Kaen, vámonos de aquí. Cuanto tiempo vas a tardar en despegar- le dije casi gritando.

-Ya estamos despegando, te esperaba.-

-¿Me esperabas lista para marcharnos?- Estas naves no dejaban de sorprenderme.

-En realidad me llamó Rubén hace unos minutos para ponerme sobre aviso.-

¿Rubén? ¿Qué sabría un barman de lo que iba a pasar?

-Mucho más de lo que te imaginas- siguió Kaen como leyendo mi pensamiento. -En su profesión es muy importante conocer a los clientes, y lo mismo deberías haber hecho tú.-

-¿Yo?-

-Antes de contactar con los astarianos yo también he hecho investigaciones, de haberme puesto al corriente de tus planes nos habríamos ahorrado un viaje.-

-No entiendo.-

-Porque no piensas. Los astarianos son un pueblo recio, dispuesto a adaptarse a las necesidades de la vida en otros planetas, lejos de casa por así decir: pero no quieren renunciar a sus raíces, entre ellas sus creencias religiosas.-

-¿Qué tiene que ver su creencia religiosa con el hecho que querían matarme?- le grité a Kaen, levantando la voz hacia el techo de la sala de mandos, ya que me había dejado sin puntos de referencias al desconectar la pantalla de su cara; a veces lo hacía, para que enfureciera. -¿Son caníbales, quizás?-

-A pesar de que el término ‘caníbal’ no sea aplicable a este caso al pertenecer tú a una especie diferente, y a pesar de que efectivamente esta raza en concreto es caníbal, me temo que tu intento de acercamiento les ha ofendido de una manera contundente.-

-¡Vamos! Sólo les he propuesto un negocio…-

-Irrealizable. E Ilegal en Astar. Un planeta que se sustenta gracias precisamente a los equilibrios entre los ecosistemas. Durante un tiempo no hubo restricción ninguna en el comercio, hasta que los habitantes se dieron cuenta de los desequilibrios provocados y, para salvar a su planeta, prohibieron de una forma original este tipo de comercio.-

-No lo sabía- me vi forzado a admitir. -Pero aún así…-

-Convencieron a los astarianos de que no era bueno comerciar en algo que puede empobrecer o hasta destrozar tu mismo mundo de origen. Se trata de una convicción tan fuerte que no hay astariano que esté dispuesto a ponerla en discusión, y muchos de ellos suelen reaccionar de modo muy violento a las amenazas que corren a cargo de su querido planeta, a pesar de haber vivido toda la vida lejos de él.-

-Sorprendente.-

Kaen se encogió de hombros, como sólo una nave viva sabe hacer. -Algunos hablan de reprogramación genética, yo no sé- dijo como para cerrar la cuestión.

Efectivamente, más me hubiera valido centrarme más en estudiar en detalle a mi cliente que preocuparme por otras cosas. Bueno. De los errores se aprende.

-¿Quieres un sobre de comida?- me preguntó unos minutos después.

¿Por qué no? Ahora ya no me parecían tan espantosos.

Compártelo