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TIEMPO DE PARADOJAS

—¡No puedo estar de acuerdo con Usted!— El tono de voz se iba elevando y los dos contrincantes del debate televisivo se estaban poniendo colorados, acusándose uno al otro sin descanso. La pasión desbordaba para inundar desde las pequeñas pantallas los hogares de tantos y tantos ciudadanos de bien deseosos de entender más la cuestión esa de los extraterrestres.

—Vamos, si existieran los extraterrestres, ¿porque no hemos conseguido todavía ningún tipo de contacto con ellos?— insistía un tipo escéptico, calvo, de mediana estatura, con gafas, el clásico estereotipo de los escépticos.

—Y seguirán sin contactarnos mientras existan entre los terrestres imbéciles como usted— le contestaba el otro, con aspecto de geek, él también un filoalienígenas estereotipado. Por lo visto eso de los estereotipos funcionaba muy bien en los debates televisados, permitía al espectador decidir con rapidez qué bando apoyar.

—Sin faltar al respeto— dijo sin mucha convicción el moderador. Con toda probabilidad, se estaba ganando el sueldo solo por estar presente y eventualmente evitar las agresiones físicas, porque no parecía muy interesado en involucrarse excesivamente.

—¿Qué le hace pensar que existen otros planetas poblados por seres inteligentes? ¿Es una cuestión de probabilidad? No es suficiente para mí. Necesito algo más, alguna evidencia… y ustedes no están proporcionando ninguna—

—Mentira. Se sabe de muchos planetas habitables, y se trata de los que hemos visto. Es decir, una proporción mínima con respecto a las posibilidades reales. Ya descubriremos formas de vida en el Universo.—

El debate parecía no acabarse nunca. Lucas apagó la televisión.

El tema se había convertido en rabiosa actualidad desde que el recién elegido Presidente había puesto como tarea prioritaria la investigación de nuevas formas de vida a lo largo de toda la galaxia. Y más allá si cabe.

“Queremos que en todo el Universo conozcan el ser humano y sepan de qué es capaz” había dicho en su discurso de investidura.

Pero la realidad era otra. Las variables eran infinitas. ¿Dónde están? ¿Qué respiran? ¿Cómo es su metabolismo? ¿Cuántos años viven? ¿Años terrestres o locales? ¿Qué piensan? Uff, el mundo de las preguntas se podría extender al infinito. Y la realidad, la dura realidad, era efectivamente esa: no sabemos si existen otras formas de vida inteligente, capaces de volar de una estrella a otra sin morir de viejez (o por otros percances) en el intento.

¿Qué iba a poder hacer Lucas? Un ser humano como muchos, que dentro de pocas semanas sería llamado a votar para decidir si se quiere potenciar infinitamente más el programa espacial terrestre. Votar sin entender, siempre ha sido el estratagema de políticos y demagogos. Lo cual se convierte al final en otra dicotomía, cuya raíz se encuentra en la pregunta: ¿Quiénes son los míos?

Y Lucas no sabía quién eran los suyos. Le daba igual. Pero estaba obligado a ir a votar, esto decían las leyes de finales del siglo XXI.

¿Qué votaría?

Lo más probable es que ganen los partidarios de las exploraciones espaciales, así que… lo mejor y más sabio es ponerse del lado de los ganadores.

Está decidido.

***

Dios se alejó del visor y lo apagó. Estas criaturas estaban exagerando, se estaban extralimitando.

“Queremos que en todo el Universo conozcan el ser humano y sepan de qué es capaz” había dicho el nuevo Presidente en su discurso de investidura.

Una afirmación que no le dejaba tranquilo. “¿De qué es capaz?”. Cuando les envié mi hijo le mataron. De momento, de esto han sido capaces. Y de pelearse entre ellos. Y de odiarse. Y de hacerse daño, en lugar de ayudarse unos a otros.

Había materia para reflexionar y plantearse medidas.

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